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¡Que cambie el viento!

Posted on 2021/10/07 - 2022/06/09 by avisbabel

«La industria eólica no es mas que la prosecución industrial con otros medios. En otras palabras, una crítica pertinente de la elec­tricidad y de la energía en general no puede ser sino la crítica de una sociedad para la que la producción masiva de energía es una necesidad vital. El resto es solo una ilusión: una aprobación enmas­carada de la situación actual que contribuye a mantenerla en sus aspectos esenciales»

Le vent nous porte sur le système , 2009

Una noche de tormenta. Las descargas eléctricas iluminan el cielo mientras los truenos parecen anunciar el fin del mundo. Si esa noche del 1 de junio de 2018 en Marsanne (Drôme) no fue el fin del mundo, sí pasó algo, más bien dos cosas, que tuvieron un destino inesperado: dos turbinas eólicas fueron atacadas. Una ardió por completo y la otra resultó dañada. Las pandoras furiosas y el grupo RES solo pudieron constatar marcas del forzamiento en las dos puertas de entrada de las gigantescas torres sobre las que se asientan la tur­bi­na y las aspas de estos monstruos industriales de energía renovable. Dos menos, de los varios miles instaladas en Francia en la última década. O más bien tres, si contamos el fuego en la de meseta de Aumelas, no lejos de Saint-Pargoire (Hérault), cuatro días más tarde, por una de esas coincidencias del calendario que a veces hace que las cosas salgan bien.

Que estos molinos no tienen nada que ver con los pintorescos molinos de viento de antaño – que, por cierto, en la mayoría de los casos eran importantes fuentes de acumulación para el notable más o menos local, atrayendo a menudo la ira de los campesinos – es algo que resulta evidente. Pero entonces, ¿por qué los Estados de muchos países fomentan la instalación de estos “parques eólicos” en las cimas de las colinas, en los valles y hasta en el mar? Esto no puede ser debido a cálculos matemáticos porque ni siquiera los in­ge­nieros pueden modificar todas las cifras, y tienen que admitir que los aerogeneradores no funcionan más del 19% del tiempo en un año (un factor de capacidad muy inferior al de las centrales nuclea­res, que alcanzan el 75%, o al de las centrales de carbón, que están entre el 30 y el 60%). Tampoco puede ser porque queramos con­vertir todo el mix energético en “renovable”, ya que esto es sencilla­mente imposible al mismo ritmo de consumo de electricidad (para Francia, esto supondría poner un aerogenerador cada 5 km²). Tam­poco puede ser por la preocupación por el “medio ambiente”, a no ser que uno se deje engañar por el discurso smart de las tecnologías limpias, ya que solo la producción e instalación de los aerogene­ra­dores (por no hablar de la red eléctrica centralizada a la que deben conectarse) implica la extracción de materiales escasos y tóxicos, barcos que devoran petróleo para transportar los minerales, enor­mes fábricas para procesarlos, autopistas para transportar las piezas, etc. Tampoco puede ser para poner trabas a las grandes multinacionales de la energía que han acumulado fortunas con el petróleo y el gas, pues son estas mismas empresas las que están invirtiendo masivamente en energías renovables. No, así nocom­prenderemosnada, tenemos que encontrar otra explicación.

Para empezar, descartemos todas la charlatanería ambientalista y ecológica esgrimida ya no solo por los ciudadanos ejemplares, sino también por casi todas las empresas, todos los estados, todos los investigadores. No hay ninguna “transición energética” en marcha, nunca la ha habido en la historia. Digan lo que digan los queridos empleados de las start-ups tecnológicas, nunca se ha abandonado la explotación de la fuerza muscular humana… La generalización del uso del petróleo no llevó al abandono del carbón. La imposición de la energía nuclear no supuso la desaparición de las centrales eléctricas “clásicas” de gas, petróleo o carbón. No hay transiciones, solo adi­ciones. La búsqueda acelerada de nuevos recursos energéticos res­ponde únicamente a intereses estratégicos, y desde luego no éticos. En un mundo que no solo depende de la electricidad, sino que es hiperdependiente de ella, es necesario diversificar las formas de producirla. Para aumentar la resiliencia del suministro, que es de vital importancia en un mundo conectado que funciona con flujos en tiempo reala todos los niveles, la consigna es diversificar y multipli­car las fuentes, también para hacer frente a los famosos “picos de consumo” que, por razones técnicas, no pueden ser satisfechos por un solo tipo de producción de energía (como la nuclear, por ejemplo). De ahí el desarrollo no solo de la energía eólica y solar, sino también de centrales de biomasa, de colza modificada genética­mente para su uso como biocombustible (¡qué acrobacias permite el lenguaje del mundo tecnológico!), de nuevos tipos de centrales nu­cleares, de materiales conductores producidos gracias a la nano­tec­no­logía que reducen las pérdidas en forma de calor en el transporte de la electricidad, y lista no termina aquí.

Por ello, no es de extrañar quela energía sea uno de los tres ámbitos designados por los programas de investigación europeos financiados en el marco de “Horizon 2020“.

Pero entonces, ¿qué es la energía y en qué consiste la cuestión energética en general? Como se ha puesto de manifiesto en muchas luchas pasadas, en particular las llevadas a cabo contra la energía nuclear, la energía es un eje fundamental de la sociedad estatal y capitalista industrializada. Si la energía significa producción, la pro­ducción permite el beneficio a través de la mercantilización; si la energía significa potencia, la potencia permite la guerra, y la guerra significa poder. El poder que otorga el control de la producción de energía es inmenso. Para darse cuenta, los Estados occidentales no esperaron a la crisis del petróleo de 1973 – que es cuando se hizo evidente su dependencia de los países productores de petróleo – para seguir su propia agenda de poder. Este fue uno de los prin­cipales motivos de varios Estados, entre ellos Francia, para justificar la proliferación de centrales nucleares: tener una relativa inde­pen­dencia energética y utilizarla como arma para obligar a otros países a mantenerse en la línea. Pero hay algo que quizás sea aún más importante, y es ahí donde la crítica de la energía nuclear y de su mundo nos permite captar toda la magnitud del papel de la energía en la dominación: la energía nuclear confirma que solo el Estado y el capital deben tener la capacidad de producir energía, que esta ca­pacidad representa una relación ligada al grado de dependencia de las poblaciones, y que cualquier estallido revolucionario que quiera transformar radicalmente el mundo tendrá que vérselascon estos gigantes de la energía. En resumen, energía significa dominio. Como señalaba un documentado ensayo crítico de hace unos años que relacionaba la cuestión de la energía nuclear con la eólica: “la mayor parte de la energía que se consume hoy en día se utiliza para hacer funcionar una maquinaria que esclaviza, de la cual queremos salir“.

Sin embargo, incluso entre los enemigos de este mundo, plantear la cuestión de la energía suele suscitar como mínimo cierto em­ba­ra­zo. Asociamos fácilmente la energía con la vida siguiendo el ejemplo de los especialistas de la energía, los cuales han contribuido en gran medida a la difusión de una visión que explica todos los fenómenos vitales por medio de transferencias, pérdidas y transformaciones de energía (química, cinética, termodinámica, etc.). Así, el cuerpo no sería más que un conjunto de procesos energéticos, al igual que una planta no sería mas que un conjunto de transformaciones químicas. Otro ejemplo de cómo un constructo ideológico influye – y a su vez es influido por – las relaciones sociales, es la actual asociación entre movilidad, energía y vida. Moverse constantemente, no quedarse quieto, “ver países” saltando de un tren de alta velocidad a un avión de bajo coste para cruzar cientos de kilómetros en un abrir y cerrar de ojos, es un nuevo paradigma de “éxito social”. Viaje, des­cu­bri­miento, aventura o lo desconocido son palabras que ahora ocupan un lugar destacado en todas las pantallas publicitarias, destruyendo mediante una asimilación distorsionada toda una parte de la ex­pe­riencia humana, reducida a visitas rápidas y sin riesgo a lugares habilitados para ello. Hasta el punto de hospedarse en habitaciones de desconocidos debidamente controlados, garantizados y explo­ta­dos por los registros y bases de datos de una plataforma virtual. Quizá por eso también las mejillas se sonrojan o los labios empiezan a temblar cuando alguien se atreve a sugerir que habría que cortar la corriente a este mundo.

Superar este embarazo no es fácil. Todo un abanico de propagan­da estatal nos advierte constantemente con imágenes de guerras reales, sobre lo que significaría la destrucción del suministro de energía. Sin embargo, un pequeño esfuerzo para librarnos de las quimeras que rondan nuestras cabezas sería un paso necesario. Las ciudades modernas no pueden prescindir de un sistema energético centralizado, ya sea producido en centrales nucleares, nanomateria­les o turbinas eólicas. La industria no puede privarse del consumo de ingentes cantidades de energía. Lo peor – y que en parte ya está sucediendo no solo en las luchas contra la gestión de la energía y la explotación de los recursos, sino también contra el patriarcado, el racismo o el capitalismo – es que para no quedarse desabastecidos ante un futuro turbio e incierto, la investigación y experimentación de la autonomía alimenten el progreso del poder.Puede que las turbinas eólicas experimentales en las comunidades hippies de los años 60 en Estados Unidos hayan tardado en entrar en el ámbito industrial, pero ahora son un vehículo importante para la rees­tructuración capitalista y estatal. Tal y como se resume en un texto reciente en el que se esbozan las perspectivas de lucha, basándose en los conflictos actuales en diferentes partes del mundo en torno a la cuestión energética:

“Ciertamente, a diferencia del pasado, es posible que en este tercer comienzo de milenio el deseo de subversión se cruce con la esperanza de supervivencia en el mismo terreno, el que pretende obstaculizar e impedir la reproducción técnica de lo existente. Pero es un encuentro destinado a convertirse en un enfrentamiento, por­que es evidente que una parte del problema no puede ser al mismo tiempo parte de la solución. Para prescindir de toda esta energía, que necesitan sobre todo los políticos y los industriales, hay que querer prescindir de quienes la buscan, la explotan, la venden y la utilizan. Las necesidades energéticas de toda una civilización – la del dinero y el poder – no pueden cuestionarse solo por el respeto a los olivos centenarios, a los ritos ancestrales o por la salvaguarda de unos bosques y playas ya muy contaminados. Solo una concepción diferente de la vida, del mundo y de las relaciones puede hacerlo. Solo esto puede – y debe – cuestionarel uso de la energía y sus falsas necesidades, y por lo tanto también sus estructuras, poniendo en entredicho/cuestionando/ desafiando la sociedad misma.”

Y si esta sociedad titánica se dirige al naufragio, reduciendo o destruyendo en el proceso cualquier posibilidad de vida autónoma, cualquier vida interior, cualquier experiencia singular, asolando la tierra, intoxicando el aire, contaminando el agua, mutilando las células… ¿Creemos realmente que sería inapropiado o demasiado arriesgado sugerir que para socavar la dominación, para mantener alguna esperanza de abrir horizontes desconocidos, para dar algún espacio a la libertad desenfrenada, socavar los fundamentos ener­géticos de esa misma dominación podría ser una vía muy valiosa?

Pensemos en lo que tenemos delante y a nuestro alrededor: en todo el mundo se producen conflictos inherentes a la explotación de los recursos naturales o contra la construcción de estructuras energéticas (parques eólicos, centrales nucleares, oleoductos y ga­soductos, líneas de alta tensión y centrales de biomasa, campos de colza modificados genéticamente, minas,…). Todos los Estados con­sideran estos nuevos proyectos, ademas de las infraestructuras energéticas ya existentes como “infraestructuras críticas”, es decir, esenciales para el poder. Dada la centralidad de la cuestión ener­gética, no sorprende leer en el informe anual de una de las agencias más reputadas para el seguimiento de las tensiones políticas y sociales en el mundo (subvencionada por gigantes compañías de seguros a nivel mundial) que de todos los atentados y sabotajes denunciados como tales, perpetrados por actores “no estatales”, de todo tipo de ideologías y convicciones, el 70% se dirigió a las infra­estructuras energéticas y logísticas (es decir, torres, transformado­res, oleoductos y gasoductos, estaciones base, líneas eléctricas, depósitos de combustible, minas y ferrocarriles)

Por supuesto, las motivaciones de quienes luchan en estos con­flictos son muy diversas. A veces son reformistas, a veces ecologistas, a veces son indígenas o religiosas, a veces son revolucionarias, y a veces son simplemente para fortalecer los cimientos de un Estado – o de un futuro Estado. No es nuestra intención descuidar el desarrollo, la profundización y la difusión de una crítica radical de todos los aspectos del dominio; lo que queremos destacar aquí es que dentro de algunos de estos conflictos asimétricos tambiénse puede propagarun método de lucha autónoma, auto-organizada y de acción directa, introduciendo de facto las propuestas anarquistas en este ámbito. Más allá del potencial insurreccional de los conflictos en torno a los nuevos proyectos energéticos, que tal vez sugieran la posibilidad de una revuelta más amplia y masiva contra estas nocividades, está claro en cualquier caso que la producción, el almacenamiento y el transporte de toda la energía que esta sociedad necesita para explotar, controlar, hacer la guerra, subyugar y dominar, depende inevita­blemente de toda una serie de infraestructuras dispersas por el territorio, lo cual favorece la acción dispersa en pequeños grupos autónomos. Si la historia de las luchas revolucionarias está llena de ejemplos muy indicativos de las posibilidades de acción contra lo que hace funcionar la maquinaria estatal y capitalista, un vistazo a las cronologías de sabotaje de los últimos años muestra que el presente en nuestros países tampoco está desprovisto de ellos. Deshacerse del embarazo, mirar hacia otro lado y de forma diferente, experimentar con lo que es posible y lo que se intenta, estos son algunos caminos a explorar. Nadie puede predecir a que puede llevar esto, pero una cosa es segura: es parte de la práctica anarquista de la libertad.

[Avis de tempêtes, n. 6, 15 de Junio de 2018. Traducido por Contra Toda Nocividad y corregido]

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