¿Solo en el bosque?
«Isère: conspiracionista y enojado con el estado, prende fuego a unas antenas repetidoras» «Drôme: el pirómano de Pierrelatte: anti-5G pero no anti-fibra óptica»
«Ródano: dos monjes detenidos por incendiar unos repetidores 5G»
«París: Antivax sabotea 26 antenas 5G para salvar a Francia del complot de Covid19»
(algunos titulares de los últimos meses)
Los servicios estatales han registrado centenares de sabotajes desde el 2018 contra las infraestructuras de telecomunicaciones. Antenas incendiadas, fibras ópticas diseccionadas, centralitas quemadas, armarios de distribución telefónica rotos: estas prácticas se han extendido por todo el territorio y han tenido un evidente incremento cuantitativo en el curso de los últimos dos años. También la calidad de las actividades nocturnas de los saboteadores parece haber hecho un salto de calidad: ha habido sabotajes que han interesado nudos particularmente sensibles, otros coordinados o repetidos en la misma zona geográfica, algunos mirados a interrumpir las comunicaciones de una estructura concreta, en una zona precisa o en un momento preciso… En definitiva, a pesar de las reiteradas advertencias de las autoridades, los gritos de alarma de los operadores y un número nada despreciable de detenciones, continúan los ataques contra estas infraestructuras que son difíciles de proteger de un golpe de tenaza furtivo o de un incendio nocturno.
Sin embargo, aun tomando indudablemente de mira las venas del dominio tecnológico, las motivaciones específicas y las aspiraciones más amplias de las manos que las realizan a menudo permanecen desconocidas. La represión, cuyo uno de los compitos principales es obviamente, aquello de individuar a los autores de las fechorías que perturban el buen funcionamiento de la sociedad, ha, pero, revelado en parte, la diversidad de las personas que se dedican a estos paseos bajo la luna. Leyendo con cautela las noticias de los periódicos o las declaraciones de los condenados «citadas» por los periodistas, y evitando retomar a su vez los «perfiles» y las «categorías» establecidas por los servicios del Estado con fines de mapeo, archivo y represión, en los últimos años hemos visto condenar a personas bastante distintas por atentados contra la conexión permanente. Durante el periodo de máximo esplendor de los Chalecos amarillos, diferentes pequeños grupos han llevado a cabo, por ejemplo, sabotajes en el contexto o al margen de este heterogéneo movimiento de revuelta. Otros condenados han precisado en los tribunales su sensibilidad ecológica, su oposición al 5G por sus efectos nocivos sobre la salud y sobre el medio ambiente, su pertenencia a la izquierda o su negativa por su parte al control. Otros todavía, incluso frente a las pruebas en su contra y finalmente condenados, se han negado hasta el final a lanzarse a largas explicaciones en los tribunales o en la prensa. Detrás de su obstinado silencio ciertamente podrían esconderse visiones poco liberadoras, pero negarse a hablar con un esbirro o un juez, o no ver el sentido de explicar sus propias tensiones y las propias ideas a un periodista, no significa necesariamente no tener algún «problema con venir asociado con el complotismo o la extrema derecha». Al mismo modo, no pertenecer a ningún ambiente más o menos «militante», no tener un «comité de solidaridad» que defienda las propias ideas cuando se viene arrestado, no escribir cartas públicas para explicar las propias acciones, no quiere decir ser automáticamente parte de los «nazistoides» que planean desatar una guerra racial a través de una difusión del caos, o de los «complotistas» que se hacen llenar el celebro con Internet, o de los «fundamentalistas» que equiparan las innovaciones tecnológicas con el trabajo del diablo.
Pero en los últimos meses, titulares de periódicos como aquellos que aparecen al comienzo de este texto incluso han metido en discusión aquella que alguno podría definir «benevolencia» en el confronto del silencio de los autores de los ataques, llegando en algún caso a provocar un ataque de fiebre existencial en los compañeros. El razonamiento parece ser así cebado: si detrás de todos estos actos anónimos -sí, hay que precisarlo, la mayoría de los ataques contra las infraestructuras de telecomunicaciones no ha sido seguida de comunicados de reivindicación, y no se ha aportado algún indicio de pertenencia ideológica a los investigadores ni a los desconfiados guardianes de la genealogía – también puede haber individuos poco confiables como iluminados por Dios, activistas patrióticos o personas algo confundidas con pocas veleidades de profundización,… entonces todo ataque anónimo debería ser tratado como algo que proviene probablemente, o muy probablemente, por personas poco recomendables.
El error lógico salta a los ojos, pero poco importan los razonamientos, los argumentos, las valoraciones críticas o las profundizaciones, cuando es más fácil sentirse solo en el bosque que aprender que otras personas no despreciables, que no se conocen y que tienen quizás, con mucha probabilidad, visiones y sensibilidades muy diferentes a las nuestras, puedan igualmente colarse entre la maleza del bosque. Solos en el bosque, solos como anarquistas, puros servidores de un alto ideal, sin contradicciones en nuestra vida, sin «manchas» sobre nuestro escudo patrimonial, sin dudas en nuestros pensamientos y sin «culpas» en nuestras relaciones y en nuestro modo de vivir, clara como una luna llena y sin alguna «ilusión revolucionaria» o «insurreccional».
Sin embargo, si bien es siempre posible mentirse a uno mismo, si bien es siempre posible construir castillos de cartas que el primer viento de la realidad echara fuera como la arena, existen también otros recorridos que no se abstraen del mundo que nos rodea, que no tienen necesidad de izar nuestras ideas y colores que la encarnan en la cima de un pedestal por encima de toda posibilidad de error, al fin de dar un sentido a la lucha y un significado a la propia vida.
Porque nosotros no estamos solos en el bosque. No somos los únicos factores humanos del desorden, así como ni siquiera los seres humanos son los únicos factores que perturban los frágiles equilibrios sobre el cual este mundo en pleno disesto intenta avanzar. Otras personas actúan, con ideas quizás menos profundas que las tuyas, con sensibilidades quizás más afinadas que la mías, impulsadas por un inmediato deseo de venganza contra un sistema mortífero, por una oscura venganza contra una vida privada de sentido, así como por una convicción ideológica o religiosa en conflicto con la marcha tecnológica del mundo.
Los porqué
Porque en el fondo el meollo de la cuestión no reguarda los presuntos porque de perfectos desconocidos de los cuales de todas formas nunca sabremos nada (salvo en el caso de una eventual detención, lamentable para cualquiera), sino cómo entendemos, en el seno de la guerra social, hacer resonar los actos que nos hablan y vibran con nuestras ideas. Ya sean esos colectivos o individuales, difusos o específicos, ampliamente compartidos o pérfidamente heterodoxos, totalmente anónimos o etiquetados como subversivos, a la sombra de los reflectores o publicitados por sus autores en diferentes maneras» (Recercados interconectados, julio de 2021)
Frente a la constatación que el bosque no solo da hospedaje a los anarquistas, se abren sustancialmente dos posibilidades, como siempre con mil esfumaturas intermedias.
La primera consiste en el considerar que, ya que nadie más además de nosotros comparte las ideas anarquistas (al menos en su integridad que las diferencia fuertemente de ideologías que se pueden más o menos hacer a trozos según la situación y la inclinación del momento), el «conjunto de los «actos de revuelta», de «breves del desorden», de «fragmentos de guerra social» –poco importa como queramos llamarlos- son seguramente parte del panorama en el cual actuamos, el trasfondo de la trama, pero debemos estar atentos a no dar a ellos las motivaciones. Después, mano a mano que las motivaciones escaparan de la penumbra del bosque dando un color específico a estos actos, color que en principio no nos gustara nunca del todo (dado que los anarquistas son los únicos que comparten las ideas anarquistas), tendremos siempre más necesidad de afirmar o de aclarar nuestras intenciones y motivaciones respecto a aquellas de los demás. Porque cualquier silencio por nuestra parte podría llevar agua al molino de quien no condividimos. Estaremos entonces obligados a encender antorchas en medio al bosque y asegurarnos de que los fuegos que iniciamos ardan aún más fuertes, más altos y más brillantes de aquellos de los de los demás. Corriendo así el fuerte riesgo que la identidad anarquista se convierta en realidad nuestra principal preocupación, que acabemos con instaurar (incluso dentro de nuestro propio círculo) una especie de catecismo que determina los puntos positivos y negativos, no consiguiendo mas lograr a captar en definitiva la diversidad y la riqueza de las individualidades como un fruto de la libertad, sino como una terrible amenaza.
La segunda posibilidad queda aquella de partir siempre de nosotros mismos, de nuestras ideas y aspiraciones anarquistas, pero percibiendo a los demás como «factores de desorden» y no cosas a asimilar o de presentar como si serian -inconscientemente y subterráneamente- inspirados por el sagrado fuego de la anarquía, sino simplemente como elementos que tienen su propio peso y un significado en la guerra concreta (y no platónica o idealista) conducida por los seres humanos. Una guerra «social», si se quiere, en el sentido de que atraviesa a la entera sociedad y gira en torno a la cuestión del poder (en todas sus declinaciones), y en la cual los anarquistas son aquellos que defienden la necesidad de la destrucción del poder en lugar de su reorganización. Esta «guerra social» no es la expresión de la tensión hacia la «liberación total» ni hacia la «anarquía», esa constituye sólo el conflicto del cual emergen y se modifican las relaciones sociales, que a su vez forjan las modalidades de la «guerra social». Las motivaciones expresadas, tácitamente o explícitamente, por quien está involucrado en esta guerra, deben entonces ser recolocadas en su contexto histórico, y no extraídas para compararlas en el panteón de las abstracciones. Sin por supuesto negar su peso, esta segunda posibilidad (disculpar el esquematismo demasiado burdo) no considera tales motivaciones la única referencia, el solo indicio de la realidad, sino uno entre muchos. La exigencia de establecer una genealogía de los «actos de revuelta», de sondear las motivaciones de sus autores, se hace aquí sentir menos –propio como la exigencia de cubrir sistemáticamente de explicaciones los propios actos. Las explicaciones de los actos singulares dejan entonces espacio a la elaboración de un proyectualidad que intenta ir más allá de cada uno de ellos, y el hecho de que esta proyectualidad tenga fines insurreccionales (el desencadenamiento de una situación de ruptura) u otros todavía, no necesariamente hará una gran diferencia. Es cierto, como subrayan ciertos críticos, que esto podría llevar a descartar por completo el peso de las motivaciones, con el riesgo de no considerar tal factor, que no es ciertamente el único pero que sin embargo permanece. En este caso, si las «motivaciones» detrás de los actos de revuelta no son el elemento exclusivo que podría interesar a los anarquistas por aquello que estas generan, esto no debería, pero, llevar a negar completamente su influencia en la realidad de la guerra social
¿Acciones que hablan por sí mismas?
«Nada de aquello que viene pronunciado parece tan cargado de amenaza cuanto lo no pronunciado»
Stig Dagerman
En una realidad compleja como la nuestra, las cosas obviamente son aún más complicadas y también terminan por echar en la confusión cualquier esquematismo y ansiedad, pidiendo ulteriores reflexiones.
Si por un lado el silencio de los insurgentes puede en ocasiones acabar por ofuscar el peso de las motivaciones, por otro lado también responde a la necesidad práctica de no dar pistas al enemigo estatal. De igual forma, si por un lado difícilmente se puede dudar de la necesidad de esclarecer las razones en un contexto confuso, o sea en un contexto de amargo descontento que encuentra una proyección estratégica de los neofascistas (como en la actual oposición al pase de sanitario y en los ataques contra estructuras como los centros de vacunación), por otro lado es necesario permanecer lúcidos sobre el peso relativo de las palabras y de aquello que son capaces de expresar y transmitir. Esto, obviamente, vale para cualquier expresión lingüística, desde el manifiesto hasta el folleto, pasando por la discusión, y hasta un periódico o una reivindicación: todas son condicionadas da la capacidad de los otros de comprender aquello que viene escrito o leído.
Si, por ejemplo, queremos seguir apreciando las acciones de los demás como expresiones diferentes en el seno de la «guerra social» – desde ataques contra la policía en las periferias hasta los sabotajes anónimos de infraestructura – entonces debemos encontrar otra forma de hacerlo, que no sea simplemente aquello de pesarlas en la balanza del anarquismo. De lo contrario tendremos que decidirnos de una vez por todas a evocar solo acciones debidamente reivindicadas por los anarquistas, el único modo de evitar de raíz cualquier riesgo de especulación, de valoraciones apresuradas y de malsanas inquisiciones – sabiendo que esto solo sería provisional, ya que el anarquista que ayer ha realizado una buena acción también podría resultar hoy una mierda en sus relaciones cotidianos o cambiar de bando mañana…
En cualquier caso, obviamente sigue siendo importante tomarnos el tiempo para profundizar de forma crítica nuestra relación con los otros seres del bosque, así como nuestra forma de actuar. Por otro lado, si en efecto no existe ninguna receta que aplicar ni vulgata que contar, no puede haber ni siquiera instrucciones que respetar sobre el «cómo hacer», bajo pena de ser acusado de quererse esconder detrás de inmundos nazis u otros fanáticos. Nadie, ni siquiera el más obtuso de ellos, puede intentar imponer a las compañeras o a los compañeros la obligación de motivar sus acciones, de explicar y justificar en detalle sus proyectos, de etiquetar sus acciones según ciertos requisitos, solo para evitar la amargura de un cualquier cronista de la guerra social. Sin embargo, depende de cada uno actuar como mejor le parezca. A costa de dejar a algunos en la ignorancia y en la incomprensión, y de preservar la sombra para cubrir las actividades de los demás. O a costa de decepcionar a unos con una actuación considerada demasiado poco delicada, y de inspirar a otros con la afirmación clara y precisa de las ideas y de los sentimientos que han inspirado una acción.
¿Por qué al final las acciones hablan de verdad por sí mismas? Por un lado, sí, en el sentido de que son la manifestación de un ataque concreto contra una estructura o una persona concreta. La destrucción de una torre eléctrica es la destrucción de una torre eléctrica, poco importa cómo se quisiera interpretarla. Por otro lado, no, porque no pueden expresar de por si todas las motivaciones, las tensiones, las sensibilidades que han empujado a los autores a realizarlas. Entonces las acciones son lo que son, un hecho material destructivo que puede inspirar o abrir la imaginación (o no), ni más ni menos. Al mismo tiempo, son también todos estos actos los que constituyen el panorama en el cual se actúa y del cual se forma parte. Por tanto, estos adquieren su significado también en un contexto, y no solo gracias a la posible expresión explícita de los autores. Molestando, interrumpiendo, metiendo en discusión la vida de otras personas, nunca podrán ser propiedad exclusiva de sus autores, así como los autores nunca serán los únicos en darles un sentido (poco importa que sea para apreciarlas o condenarlas). Ante todo esto, el hecho de reivindicar o no una acción no cambia radicalmente la situación. «Los otros» no son meros espectadores pasivos que la reciben sin pestañear tanto los actos como los significados que sus autores a veces quieren darles: están directamente involucrados ya que sus vidas vienen modificadas (de manera más o menos pasajera) por la acción, dado el disgusto o el entusiasmo que puede inspirar en ellos, etc. etc.
¿Puede entonces, una reivindicación ayudar a comprender una acción? Obviamente, así como viceversa podría hacerla incomprensible a sus lectores, hinchándola a tal punto o en ocasiones cargándola con tantas palabras de hacerla casi ahogar en un tratado y enterrar la simple sugerencia que esta contiene siempre: destruyamos lo que nos destruye. Y por otro lado, ¿el hecho de reivindicar realmente nos protege de la posibilidad de ser asociados a personas poco recomendables? Teniendo en cuenta que el bosque es vasto y que las acciones resuenan mucho más allá de nuestras propias palabras (los «efectos» de la propaganda, a través de los periódicos anarquistas o a través de reivindicaciones anarquistas, seguirán siendo relativos), se estaría, más bien, propensos a relativizar esta convicción, y en cualquier caso a no considerar la reivindicación una especie de solución mágica, un bicarbonato destinado a resolver todos los problemas puestos por las acciones y de su posible comprensión.
Izquierda, derecha, izquierda, derecha: ¡fuera de ello!
«El hecho que desde hace semanas la izquierda este caminando de la mano con los fascistas/conspiracionistas debería advertirnos del peligro inherente a la idea de lucha común, que nos lleva a ignorar quiénes son las personas con las que luchamos, hasta que se tienen las mismas prácticas y el mismo objetivo. Olvidamos que estas personas cuyas acciones aplaudimos o con las que nos manifestamos tienen posiciones opuestas a las nuestras en casi todo, y que nosotros en otros contextos seríamos su objetivo».
(Refractarios solidarios, reivindicación contra Orange en Grenoble, septiembre del 2021)
Desde hace varios meses, buena parte de la oposición a las medidas sanitarias restrictivas del gobierno parece estar liderada por figuras de derecha. También en otros países, como Italia, Holanda o Alemania, los nazis han salido a las calles en gran número y han claramente señalado su presencia durante las movilizaciones, por otro lado muy heterogéneas. En varias ocasiones los anarquistas incluso han sido atacados por grupos fascistas, y afortunadamente también ha sucedido lo contrario. Sin embargo, encontrarse en el mismo terreno del conflicto no significa necesariamente haberse apropiado del indigesto vocabulario de los oportunistas en busca de «frentes comunes» o teorizar «objetivas alianzas» como estrategia política. Si bien siempre se tiene la posibilidad de dar portazo y abandonar un terreno de lucha que no nos parece ofrecer ninguna posibilidad de subversión o de acción liberadora, ningún conflicto podrá, sin embargo, nunca corresponder plenamente a los solos criterios antiautoritarios. Actuar sobre un terreno conflictivo que no es «puro» (¿y cuál lo sería?) Obviamente no significa avalar el autoritarismo que allí pueda estar presente, y la pregunta será siempre aquella de cómo actuamos, y en cual perspectiva.
Por la otra parte del Rin, hay grandes sectores de la izquierda radical y libertaria que acusan a aquellos que defienden los ataques anónimos contra las infraestructuras de telecomunicaciones o energéticas de formar un «frente común» con los nazis, o en todo caso de jugar a su juego (dado que en general los militantes nazis parecen poco inclines a reivindicar y teorizan también el ataque a las infraestructuras con el fin de acelerar el Tag X, el Día del colapso social y el inicio de la «guerra racial»). Además, dado que gran parte del terreno de la oposición al 5G parece estar ocupado por comités que son abiertamente conspiradores («Querdenker») y condescendientes con la extrema derecha, los ataques a las infraestructuras pueden no ser percibidos como sabotajes al tecno mundo, sino como demostraciones de la virulencia nazi. Desde lo alto de los colectivos antifascistas y de los círculos de movimiento, las acciones no reivindicadas vienen luego desacreditadas, una vez establecido el principio para-policial de que la «acción no reivindicada contra una infraestructura igual a la acción nazi». Tanto más que algunos de ellos, como buenos adeptos del progreso colectivo y civilizador, generalmente no logran concebir el alcance subversivo de los ataques a aquel «bien común» que, según ellos, sería la electricidad o la conectividad virtual.
Frente a las actuales reestructuraciones tecnológicas del dominio, y dondequiera que se la tome, una pequeña frase de Orwell – ciertamente no un enemigo de toda autoridad – sigue siendo inquietante la actualidad: «La verdadera división no es entre conservadores y revolucionarios, sino entre autoritarios. y libertarios «. Al otro lado del Rin, estas voces de la izquierda radical o libertaria alemana no solo acusan a los anarquistas de querer librar una «guerra civil» a través de ataques a las infraestructuras (principalmente con el propósito de crear desorden y comprometer las cadenas tecnológicas, prácticas que también pueden ser parte de una proyectualidad insurreccional), pero luego, señalando con el dedo acusador, insisten para que tales ataques vayan al menos acompañados de certificados políticos de buena voluntad («justicia social» y «emancipación progresiva» en lugar de desencadenar la libertad, «contra los dominantes» pero en todo caso comprensivos en el confronto de la sumisión y de al adhesión de los dominados). De hecho, sólo piden la continuación de la buena vieja tradición oportunista que está si dispuesta a utilizar el arma del sabotaje, pero con la condición de que sirva de vehículo y de megáfono a los propios diseños políticos.
¿Y si los anarquistas aquí y en otros lugares terminan por hacer más o menos lo mismo? ¿Por exigir explicaciones sobre los actos de sabotaje de las infraestructuras, para distanciarse de hecho de cualquier acto que no esté reivindicado como «anarquista», para ver sólo la mano de los nazis, de los conspiracionistas – y por qué no, era un clásico del pasado siglo: de los servicios secretos extranjeros – ¿detrás de sabotajes cuyos autores deciden permanecer en las sombras? De esta forma acabarían rechazando cualquier propensión o voluntad que desee y se empeñe en favor de una multiplicación descontrolada de los sabotajes de las infraestructuras de telecomunicaciones, energía y logística, para aceptar y valorizar únicamente su multiplicación sometida a un control ideológico. ¿Esto significa defender la libertad, o más bien temerla?
El hecho de que fascistas/conspiracionistas e incluso monjes hayan atacado a algunos repetidores no quita ni un ápice de validez al hecho de atacar tales estructuras, de querer alentar los sabotajes contra ellas, de desear y trabajar por la multiplicación incontrolable de estas últimas. Por otro lado, esto quizás podría obligarnos a reflexionar más sobre el por qué estas acciones puedan ser sugeridas, sobre el por qué realmente queremos que se difundan, es decir, reflexionar para afinar nuestras perspectivas. Si desertar los terrenos donde también otros están activos no es una opción, si sellar sistemáticamente las acciones no resuelve la cuestión del «mismo terreno», es porque tenemos que mirar más allá: en la perspectiva que damos a nuestras actuar, en las ideas que difundimos, en las metodologías que sugerimos, en los proyectos que elaboramos.
¿Qué libertad?
«Desencadenar la libertad es aceptar lo inesperado que el desorden trae consigo. Es aceptar que si bien la libertad no siempre es benigna, pudiendo también asumir un rostro sanguinario, la seguimos exigiendo. No queremos una libertad sin riesgos, ni pretendemos la libertad que nos confiere primero los certificados de buena vida y de moral. Porque no sería libertad, sino domesticación disfrazada con ropas libertarias, el mejor terreno para que el germen de la Autoridad vuelva a crecer»
El bosque del actuar, abril de 2021
¿Qué perspectivas desarrollar entonces? Quizás podríamos comenzar con aquellas que conseguimos entender, pero que nos inspiran menos. Por ejemplo, aquella que muchas veces se trasluce entre líneas pero que le cuesta explicitarse: se trata de la perspectiva que pone como objetivo principal la existencia y el fortalecimiento cualitativo y cuantitativo del movimiento anarquista. Un movimiento más fuerte, más amplio, mejor organizado que sea en grado de enfrentar las fuerzas oscuras del fascismo, las manipulaciones conspirativas de cólera muy real, las fuerzas de izquierda cuyo rol parece ser propio aquello de acompañar al capitalismo y el dominio hacia futuros mas sostenibles, mas tecnológicos, mas ecuos. Un movimiento que se atreva a tomarse como un punto de referimiento, y desarrolle una capacidad de difusión, de ataque y de relevancia suficiente a constituir una fuerza real, capaz de pesar en el debate público, de hacer la diferencia en las luchas intermedias, de echar a los nazis de las manifestaciones.
En una símil perspectiva, existe un fuerte riesgo de que el fortalecimiento cuantitativo del movimiento anarquista, incluso difícil de imaginar (al fin y al cabo, ¿pensamos realmente que las ideas anarquistas puedan hoy ser compartidas por las masas?), termine por contentarse de la representación de tal fortalecimiento. El efecto-espejo incita fácilmente al exhibicionismo, vaciando rápidamente la lucha para sustituirla con una imagen tomada por realidad. Al final, una tal perspectiva generalmente termina por mirar principalmente sobre el fortalecimiento de la identidad anarquista, para llegar al desacuerdo (ai ferri corti)… con los demás habitantes del bosque. Así, la identidad tenderá a hincharse más allá de toda medida, a sustituir la cualidad de la sustancia con la preeminencia de la forma, terminando por medirse por comparación, en el espejo de la representación, con todas las demás identidades.
Sin embargo, siguen siendo posibles otros caminos, seguramente un poco más oscuros o peligrosos. Senderos que no están hechos para quienes tienen demasiado miedo al barro o no soporta trabajar en las sombras. Senderos al final de los cuales no existen garantías y ningún reconocimiento nos espera, que no consideran la mera existencia de los anarquistas y su supervivencia como el alfa y omega de la subversión o de la anarquía. Es el camino que se acerba, excava y se insinúa para hacer descarrilar el tren del Progreso y de la sociedad actual. Sin renunciar a la difusión de nuestras ideas (a través de diversas herramientas), sin subestimar la utilidad y necesidad de la crítica anarquista, el camino del cual hablamos apunta sobre todo a contribuir a la convulsión de la situación, a la explosión insurreccional, al colapso de cuanto mantiene en pie las estructuras productivas y sociales. Este proyecto, esta proyectualidad, no apunta al crecimiento numérico del movimiento anarquista, ni al fortalecimiento de su reputación, sino a hacer precipitar las situaciones de conflicto en un más amplio pandemonio, porque trabajar por la multiplicación incontrolada de las acciones y por la inesperada desconexión podría consentir el surgimiento de la libertad, o mejor, es una de las posibilidades para hacer despegar la libertad.
El hecho de que incluso algunos cuyos motivos no compartimos se den de hacer, o que otros de los cuales no conocemos en absoluto las motivaciones se dediquen a ello, no despierta en nosotros un miedo paralizante, ni nos induce a participar en una espiral exhibicionista (una trampa vieja como el mundo, conocida y esperada por todos los servicios secretos de ayer y de hoy), sino que nos empuja a afinar aún más nuestras sugerencias, nuestra proyectualidad, nuestra ética. Y sobre todo, a profundizar cada vez más, con nuestros medios y nuestras modestas capacidades, la urgente demolición de la sociedad actual.
(Avis de tempêtes, n. 46, 15 de octubre de 2021. Traducido por Contramadriz)