Si hay un secreto rancio que desde décadas hace la vuelta del mundo infantil, es sin duda aquello confiado por el zorro al Principito: «Se ve bien solo con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos». Es quizás una mera coincidencia si el corazón que ha pronunciado esta sentencia a mediados del siglo pasado, cuando no vestía la librea militar, se insinuaba tranquilamente en los harapos del periodista, por ejemplo para denunciar los «crímenes republicanos» de la España del 1936-37, sobre los principales periódicos nacionalistas? ¿O que un ferviente admirador de un Mariscal que ha reconciliado al pueblo francés bajo su yugo después de la derrota haya sido recompensado con un nombramiento en el comité provisional del Rassemblement pour la Révolution nationale (1941)? Como algunos han señalado sucesivamente en otra ocasión, lo importante en materia de sonajeros oficiales no es tanto el ser capaces de rechazarlos cuando no merecerlos. El pasado 31 de octubre, sus excedentes herederos del Master 2 Seguridad y Defensa de la Universidad de Assas no se han equivocado, por tanto, en el adoptar el nombre de Saint-Exupéry para su decimosexta promoción, reconociendo en él la alianza entre «genio literario y espíritu militar: honor, respeto, valentía y amor a la patria ».
Al parecer, ¡parece que lo esencial a veces puede saltar, de todas formas, fuera de la vista! Pero sigamos adelante.
En un período como este tan particular, ¿qué podría discernir un órgano que desprecia tanto el espíritu de cuartel como el terrorismo de Estado? A primera vista, entre una pandemia mortal que justifica medidas autoritarias de todo tipo, el fortalecimiento de prótesis tecnológicas desde el trabajo a la escuela hasta toda relación, un ambiente cada vez más devastado y artificial bajo los continuos ataques violentos de la industria, o incluso la ausencia de horizontes utópicos – este «sueño no realizado, pero no irrealizable» como lo definía un célebre «proyectil autoricida lanzado sobre el pavimento de los civilizados» – es cierto que los tiempos parecen más propicios para las nubes del dominio que para la tormenta social. Y que casi se podría perder la memoria de los tiempos idos, borrados en un instante por la covid-19.
¿Olvidado el breve inicio de la insurrección en Grecia hace poco más de diez años, que al mismo tiempo había señalado un posible en el seno de la vieja Europa y mostrado los límites de la ausencia de perspectivas revolucionarias que fueran más allá de una simple extensión de levantamientos? ¿Olvidadas las posibilidades abiertas tres años después por los varias insurrecciones del otro lado del Mediterráneo, ahogados en la sangre de las guerras civiles, aplastados bajo la botas militares o asfixiados por las sirenas religiosas y democráticas? ¿Olvidado el levantamiento en Chile hace apenas un año, tan potente en sus actos mezclando expropiaciones y destrucción masiva delante de los militares, pero retrocediendo en el último minuto para no cruzar el umbral del irreparable desconocido, en un territorio aún traumatizado por un pasado feroz? ¿Olvidados los recientes disturbios estadounidenses contra la policía, capaces por una vez de superar puntualmente las antiguas divisiones comenzando a cuestionar uno de los pilares de la dominación, sin conseguir poder afectar todos los demás, si no por la acción rabiosa de unas pocas minorías? ¿Olvidado, también, el famoso movimiento de los chalecos amarillos, ciertamente profundamente ligado a la reivindicación de un mejor Estado, a pesar de ser en grado en nombre mismo de su postulado reformista de encontrar el gusto espontáneo de la revuelta frente a aquello en el mando, o aquello de los sabotajes contra varias estructuras del poder mediante la autoorganización en pequeños grupos difusos? Sin embargo, un ejemplo todavía prometedor de identificación de las estructuras del enemigo, que no se acontentaba con las casetas de peaje de las autopistas, de los centros de impuestos o de radar, sino que había, por ejemplo, empujado la exploración hasta las antenas, a las casas de los representantes electos o los sistemas eléctricos de áreas industriales y comerciales.
Cuyos corazones hinchados de rabia habrían sido, entonces, golpeados repentinamente por la amnesia durante los repetidos confinamientos a furor de analizar el horror del mundo de detrás de las pantallas, y sobre todo no consiguiendo salir a la calle para atacarlo? ¿O a la inversa, es posible que, aunque atormentados por el precio a pagar por todos estos entusiasmos procesos inconclusos, esos no se han resignado sin embargo frente a cuanto tales momentos de ruptura conllevan tanto de alegría destructiva colectiva como de reapropiaciones individuales de la propia existencia? Cuando un demonio de la revuelta decía que las revoluciones están hechas por tres cuartas partes de fantasía y por una cuarta parte de realidad, ciertamente no era para contentarse con seccionar al infinito esta última al revés con el objetivo de afinar nuestro actuar, sino porque sabía que esta preciosa fantasía vivida puede llegar a trastornar una vida entera dándole una razón muy diferente a la de retrasar la muerte el mayor tiempo posible. Entonces, si fuera cierto que se ve bien solo con el corazón, el nuestro siempre ardiente podría solo constatar que la gestión autoritaria de esta pandemia y sus consecuencias en términos de reestructuración económica así como de aceleración tecnológica no llega en un momento cualquiera, sino también para contrarrestar estos últimos diez años de alzamientos, insurrecciones y revueltas en un intento de cerrar la página.
Frente a la miseria del existente, se puede repetir a raudales que el orden nunca actúa solo, que las únicas batallas perdidas de antemano son las que nunca se han librado, que no son los revolucionarios a hacer las revoluciones, o que cuando se acumula la insatisfacción y el descontento, a veces basta una chispa para hacer estallar el barril de pólvora de las relaciones sociales (ya sea una guerra perdida por el Estado, el aumento del precio de los transportes, la gestión contestada de una epidemia, la inmolación de un vendedor ambulante, un nuevo plan drástico de presupuesto económico, otro asesinato más de la policía…). Todo esto es justo, pero más allá de las manifestaciones de rabia que ahora el poder pretende enterrar bajo el peso de la emergencia sanitaria, también se está desarrollando otro movimiento, cada vez menos invisible y sin embargo esencial, a pesar de aquello que podría decir el zorro del cuento.
Se trata de aquello compuesto por individuos y pequeños grupos que han tomado conciencia que ante la catástrofe climática, el desastre es el propio sistema industrial y que es mejor abordarlo en la fuente (energética). Que de frente a la alienación o el control tecnológico, el problema debe resolverse en la raíz cortándole las venas. Que ante el moloch estatal y a su creciente militarización contra los revoltosos, es el momento de tomar la iniciativa según los propios tiempos de forma asimétrica, sin esperar movimientos sociales que desborden de los contextos instituidos antes de extinguirse.
Es el caso, por ejemplo, de los sabotajes incendiarios que incesantemente atacan los sistemas eléctricos que alimentan las bombas de la mina de lignito a cielo abierto que está destruyendo el bosque de Hambach (Alemania), de los recientes sabotajes y bloqueos contra la construcción del gasoducto costero Coastal GasLink en la Columbia Británica (Canadá), del sabotaje del pasado octubre en Toscana (Italia) contra la plataforma de perforación prevista para la instalación de un nuevo parque eólico, o del incendio en las oficinas del explotador estatal forestal ONF en Aubenas (Ardèche ) a principios de octubre. Por no hablar de todos los ataques que desde hace años han retrasado el avance del proyecto de entierro de residuos nucleares en Bure, en particular con la ayuda de sabotajes contra la perforación de la antigua vía férrea destinada a la obra de Cigéo y al transporte de residuos radiactivos. Tantas hermosas energías liberadas para dañar a quienes alimentan este mundo mortal.
Desde la llegada de la covid-19 a principios de pasado año y a pesar de las consiguientes restricciones a los movimientos que han seguido, las voces de los ágiles saboteadores no se han quedado calladas, pero su autonomía proyectual incluso las ha hecho resonar con mayor clamor durante las distintas fases de la autoreclusión. Si por ejemplo, consideramos los cortes intencionados de fibras ópticas o de los repetidores- antenas durante el encierro en primavera, el poder solo puede lamentar que estos hayan sido puestos en condiciones de no hacer daño un poco en todas partes cada dos días. Recientemente, un títere del Estado encargado de gestionar estas pequeñas preocupaciones, ha admitido que más de un centenar han sufrido la misma suerte desde principios de año. Si se diera un solo ejemplo de las múltiples posibilidades que se ofrecen a manos atrevidas a pesar del reconfinamiento en vigor desde el otoño, podría ser el sabotaje al norte de Marsella del segundo sito de televisión más importante del país en materia de televisión, radio y telefonía móvil, que se produjo el 1 de diciembre: ¡3,5 millones de personas se han encontrado repentinamente desconectadas en algunos casos por más de diez días!
De que inspirar, sin duda, a los individuos nictalopicos que, cada uno a su manera, continúan a iluminar la noche para hacer descarrilar los trenes de la dominación.
[Avis de tempêtes, n°36, diciembre de 2020. Traducido por Contramadriz]